miércoles, 27 de noviembre de 2013

En busca del aplauso verdadero.-

                                                                
Desde hace catorce años, “el francés del tren" recorre los vagones de la Línea Roca, convirtiendo ese espacio de lo cotidiano en un escenario con público ocasional"Me encuentro con un aplauso verdadero. En un bar la gente está hablando, cagándose de risa y de golpe se da cuenta que el tema terminó y aplaude", celebra.
    
Por Laura Cabrera
Fotografía Anacrónica 

Buenos Aires, noviembre 27 (Agencia NaN-2013).- El tren. Ese lugar donde sube y baja gente, espacio en donde no se dan relaciones ni diálogos, zona de lo cotidiano y ajeno al mismo tiempo, lugar que a muchos pertenece por el simple hecho de tener que viajar todos los días.  Entre esos otros, están ellos, los trabajadores de los vagones de la Línea Roca, los que hacen equilibrio y esquivan a la gente apurada. Ése es el lugar de Jean Christophe Pardo, más conocido como "el francés" del tren, músico y compositor que desde hace catorce años lleva sus temas a los pasajeros. Guitarra, quena, amplificador y sombrero en mano. Quien viaje hacia el sur del conurbano bonaerense sabe de quién se habla en esta nota.  

Nació en Francia y fue un refugiado político por ser hijo de inmigrantes, cuando en Argentina comenzaba la última dictadura cívico-militar. Confiesa que en sus inicios cantaba sobre cuestiones socio-políticas pero hoy la política lo aburre y prefiere transmitir ideas a través de letras filosóficas, de amores e introspecciones.

En diálogo con NaN, "el francés" habló de las historias del tren, de las ventajas y desventajas dentro de un espacio que describe como “lleno de artistas”, aunque aparentan ser solo vendedores, y de la doble conquista de los músicos que van sobre rieles: la de ganarse el lugar como trabajador en los vagones y el aplauso de ese público ocasional que, a veces, está dispuesto a escucharlo y otras no tanto.

--¿Cómo empezaste en la música?
--De chiquito. Tengo en mi familia todo un linaje de músicos. Mi abuelo, Mario Pardo, era autor de folclore y tango. Mi padre es músico popular (está en Francia), y además compositor para orquesta, entonces ya me viene en la sangre. Mis dos abuelas eran profesoras: una de piano y violín, y la otra de guitarra. Cuando me di cuenta de que si no era músico tenía que trabajar, me puse  a hacer esto.

--Arrancaste entonces a través del contacto directo con músicos. De toda esa variedad, ¿con qué te quedaste?
--Hace poco me entrevistaron en un programa de radio. Ese día la pregunta para los oyentes era qué animal serías. Yo pensé esto dentro de mi relación con la música y creo que sería una especie de ornitorrinco porque toco distintos instrumentos y distintos estilos musicales. Son las patas de una cosa, pico de otra, una mezcla. De alguna manera no me cierra eso de un estilo, estoy como aferrado al rock pesado pero me gusta mucho el pop, me gusta el jazz, el folclore, la fusión; tocar con la quena, la guitarra, bajo, batería, flauta traversa y quena traversera. Entonces, a mí la música me gusta en su gran abanico de colores y por eso no me puedo definir en un solo lugar. Me aburro en un estilo y comienzo con otro y después vuelvo al estilo anterior, de esa misma forma están pensados los discos.

--Lo musical ya lo tenías, faltaba dónde tocar. ¿Por qué el tren?
--En el 2000, me reencontré con Leo, un amigo con el que nos conocíamos desde chiquitos, del colegio. Él era como el popular del turno tarde y yo de la mañana, acá en el colegio 36 de Temperley. Nos volvimos a ver en un viaje a Necochea con amigos y nos reconocimos, pegamos buena onda. Él no sabía tocar en ese momento pero le gustaba mucho la música, yo ya tocaba la guitarra, era la época de los primeros porros así que colgábamos. En ese entonces me dijo que iba a aprender a tocar: “vas a ver que un día vamos a tocar juntos”, me dijo. Seis años después me lo encuentro en el túnel de Burzaco tocando la guitarra y cantando a la gorra. Yo en ese momento me había quedado sin laburo. Él tenía una guitarra para zurdos, con la que estaba tocando, y otra para diestros, que tenía que vender. Nos pusimos a tocar juntos en el túnel y quedé en ir en el horario que él iba a tocar ahí y pasar la gorra. Después apareció Gabriel Solari, nos hicimos amigos, se sumó a tocar y pensamos en hacer plata para todos. Entonces, les propuse ir al tren, chamullar ahí y empezar a hacer música. En ese momento no estaba cantando, sí componía y tenía mis propios temas, pero nunca fui de lo mejor cantando, le puse mucha onda, nada más.

--Y subieron…
--Sí. Fue una semana de cantar “El témpano” y “Era en abril” y después empezamos a tocar nuestros temas. Arrancamos con una que compusimos con  Gabriel, se llamaba “Alas del consuelo”. Desde ese momento nos quedó como apodo por la letra del tema “los chicos del ajedrez”, empezamos a meter nuestra música y no paramos. Nos conformamos comoE.L.T.U.N.E.L (Esperanza Leal Tras Umbrales Nítidos Esparciendo Libertades), en honor al túnel de Burzaco y por la profecía cumplida de volver a encontrarnos y tocar. Estuvimos unos cuantos años juntos, sacamos un disco y después nos separamos, cada uno se fue por su lado. Yo me quedé en el tren. De esto ya pasaron 14 años. Cada tanto nos juntamos en los vagones y tocamos.
                                                                    

--Además del tren, tocaste en otros espacios... ¿cuál es la diferencia?--En el aplauso verdadero. En un bar la gente está hablando, cagándose de risa y de golpe se da cuenta que el tema terminó y aplaude. En el tren de alguna manera tenés un gran estudio de mercado. Yo siempre probé los temas nuevos ahí. Algunos que quise meter ahí no funcionaron y los tuve que dejar para un disco. Vos vas a la gente y te la “comprás” de verdad, porque si estás en un lugar sabés que la gente es la que va a vos, ya la tenés. Acá a la gente la tenés que ganar. Hay vagones que son terribles, que tienen una mala onda de la puta madre. A veces la revertís, a veces no. Hay quienes tienen muy buena devolución, que te hablan cuando terminás de cantar. Y otra que te vuelve a escuchar después de haber comprado un disco y te hace la devolución de lo que escuchó, que le llegó el mensaje que querés transmitir. 

--¿Y hay desventajas?
--Es un lugar muy cansador. No tenés un jefe que te pisa la cabeza, que no te obliga a tener responsabilidades que vos no querés, eso sí.  Pero, por otro lado, ser tu propio jefe es complicado. Más para un músico o cualquier artista porque solemos ser bastante colgados. El tema de la disciplina es muy complicado a veces, es jodido, mantenerse en pie en forma autónoma. Y cuando toco no me gusta tocar así nomás, siempre le pongo lo mejor de mí porque un tema puede ser bueno o no, pero vos tenés que ponerle toda la fuerza. 

--Más allá de que en lo musical te tenés que “ganar” el aplauso, también hay que entrar al tren como lugar de trabajo...
--Con la gente que está desde antes era una lucha constante. Tenés que ser respetuoso y  ellos te aprueban. Nosotros tardamos bastante, éramos tres y la peleamos mucho, nos rajaban del tren, a veces a las piñas. Pero te tenés que ganarte el lugar. Ahora toco y me dejan el vagón, no hay problema. Nos organizamos, cada uno tiene su sección. A veces para no pisarnos, antes de empezar a tocar hacemos “tanda publicitaria”, presento a algún vendedor, el tipo pasa y sigo tocando.

En 14 años de trabajo las anécdotas para contar son muchas: desde la señora a la que no le gusta la música, se cambia de vagón y se vuelve a chocar con el artista y lo acusa de “perseguidor”, hasta la anécdota con el Indio Márquez --guitarrista de Javier Calamaro--, quien se entusiasmó ante la posibilidad de tocar para el público del tren.  “Cuando pasé la gorra le dejé la guitarra. En ese momento yo no tenía amplificador, era todo a pulmón y tenías que darle con todo para que suene, era otra forma de tocar. El chabón estaba acostumbrado a la guitarra eléctrica, a estar enchufado, agarró la guitarra y se dio cuenta de que no sonaba, que la gente  mucha bola no le daba y que además no le creían que era guitarrista de Javier Calamaro”, recuerda "el francés".  Y sonríe: “Me dijo que estaba bueno porque a mi me aplaudían porque voy a la gente y me gano el aplauso, que ellos tocaban y el aplauso era seguro”. 

Equilibrio, actitud y calidad musical. Son solo algunas de las cualidades del músico del tren, quien lejos de vivir una rutina entre viajes a diversos puntos del conurbano, en estos años vio pasar a niños que hoy son adultos, a gente que lo reconoce y le habla de su música, a trabajadores del tren entre quienes encuentra humoristas, raperos, cantantes de tango y actores, todo dentro de ese mundo: el que va sobre rieles.  

http://www.agencianan.blogspot.com.ar/2013/11/en-busca-del-aplauso-verdadero.html

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