domingo, 11 de octubre de 2009

Una comunidad Toba al sur de Formosa

Escuela del barrio Toba, al sur de Formosa

Por Laura Cabrera

Al sur de Formosa, en las afueras de la ciudad de El Colorado, resiste una comunidad Toba. En un barrio pequeño y de calles angostas habita una población que encierra los secretos de los ancestros, aquellos que forjaron una cultura que hoy se presenta híbrida con raíces casi imperceptibles y hasta olvidadas por la gran masa de las ciudades.

Hoy, 11 de octubre, es el ÚltimoDía de la Libertad de los Pueblos Originarios: el último grito al viento de esta población, antes del intento de eliminación por las llamadas “conquistas”. Sobre su lucha y la resistencia habla un pueblo entero, con necesidades y derechos. Los miembros de esta comunidad entienden el Día de la Raza como una fecha de duelo teñido de ignorancia, ya que observan que la sociedad muchas veces festeja o mira desde otro lado lo que fue la “masacre” de una identidad completa. “Vemos gente que festeja, cuando la fecha nació gracias a la muerte de nuestros pueblos”, afirma uno de los integrantes de la población.

Francisco Segundo es músico y vive en la comunidad desde hace más de 50 años. Es habitante de ese suelo en el que sólo las leyes de la naturaleza marcan el mandato: Sobre lo bueno, la preservación de la naturaleza y la importancia que tiene en la vida de cualquier ser humano. Sobre lo malo, el fantasma del olvido, de los pueblos con carencias de salud, educación y alimentación, problemáticas poco recordadas por las autoridades provinciales y nacionales.

Más allá de las necesidades, Francisco – al igual que toda la población de esa pequeña comuna- elige vivir allí, rodeado de creencias, entre historias como la de aquél hombre que decidió vivir en el monte y, según cuenta la leyenda, tomó la fuerza de los animales y se transformó en uno de ellos; o aquella que habla del poder del lucero para conceder deseos a cambio de un cantar de madrugada. Pero si se trata de ir a la ciudad, este hombre pisa el cemento para deleitar a la población con su música, para acercarla a sus raíces cada mañana, cuando en la Casa de Turismo de El Colorado desprende notas del n'biké (cordófono de frotación de una sola cuerda), un instrumento característico de la música del pueblo Toba.

Segundo se toma un tiempo para vivir en su comunidad, pero de ninguna manera se encuentra alejado de lo que pasa en la sociedad. Es por ello que se dio un espacio para analizar la vida de la ciudad y el trato sobre las comunidades, y las grandezas de su esencia, aquella en la que según afirma “se recibe a todos y no se deja de lado a nadie”.

-¿Cómo cree que debería ser tomada la cultura de los pueblos originarios en las escuelas?

- Nosotros vemos que a los niños se le enseña cómo vivíamos, cómo nos vestíamos y esa idea de salvajes que viven completamente apartados de la sociedad.

En definitiva, creemos que los maestros no enseñan realmente lo que es la cultura de nuestros pueblos. Necesitamos que sepan cómo vivieron, de qué y cuál fue su lucha, porque es fundamental para tener memoria. Pero también es fundamental que los niños sepan cómo estamos ahora, saber que existimos.En nuestra cultura la música es fundamental: un aborigen canta, baila o toca un instrumento cuando se siente fuerte, cuando está feliz, o cuando siente tristeza y necesita expresarla. Los sonidos son fundamentales, y es raro ver que en una escuela se les enseñe a los chicos sobre nuestra música. Nosotros tenemos nuestros propios instrumentos, poesía y hasta un himno.La mejor forma de que ellos aprendan sobre nosotros es escuchándonos e intercambiando conocimientos.

-¿Siente que a partir de las formaciones de ciudades cercanas perdieron parte de su esencia?

Hay cosas que cambiaron, antes nosotros llamábamos a los pueblitos cercanos con una palabra propia de nuestra lengua, ahora todos esos nombres se perdieron porque tienen una traducción al español. Nuestra historia no está integrada a la de la formación de esas ciudades, somos pueblos a parte, en ese sentido fuimos marginados.

-¿Qué cosas conservan intactas de su cultura?

Hay dos cosas que conservamos intactas: la música y nuestra lengua. Conservamos nuestros sonidos, los instrumentos y el canto, siempre relacionado a la naturaleza y nuestras palabras de agradecimiento hacia ella.Nuestra lengua, presente en la música y en los escritos; ya que tenemos muchos libros traducidos. Pero el problema con esto es que no hay mucha gente que lo estudie, que se interese. La realidad es que es una lengua muy difícil, pero para eso la transmitimos, para que se aprenda. No sólo la nuestra, la mayoría de los pueblos sufren esta cuestión, incluso entre nosotros sucede de no entendernos la lengua de otros pueblos como el wichí, que están cerca de nosotros. Y si entre nosotros no se entiende ¿cómo va llegar a las grandes poblaciones?

-¿Qué diferencias marcadas encuentra en los hábitos o costumbres de la ciudad y la de ustedes?

La cuestión de salud creo que es algo que está muy marcado. Nosotros vivimos de una forma más natural. Tenemos curanderos que trabajan con los elementos de la naturaleza, curan con plantas, con la “medicina del monte”. En la ciudad los médicos curan con tóxicos, cosa que nos resulta extraño.Además, y relacionado con lo mismo, la gente tiene otra visión de la enfermedad: allá cuando alguien se enferma parecería que hay que dejarlo de lado, alejarse de él, no incluirlo en las reuniones; sin ir más lejos, eso fue lo que sucedió con la gripe A. Nosotros somos distintos, todo lo que tenemos lo compartimos, no importa si uno de nosotros está enfermo o sano, siempre tratamos de mantenernos juntos. Acá no se echa a nadie. Puede que a veces no nos enteremos de que estamos enfermos porque nadie nos controla, pero si lo sabemos no dejamos de lado a la persona, lo incluimos.

-Usted dice que la medicina del monte los cura. ¿Esta realidad tiene que ver con alguna creencia en particular relacionada con su apego a los orígenes?

Si, en muchos casos tiene que ver con una cuestión de fe, se trata de creer en lo que los curanderos sabios dicen y depositar la confianza en lo que hacen. Hubo casos de personas muy enfermas que creíamos que iban a morir, y gracias a las plantas y sus poderes curativos se sanaron completamente. Vivimos con lo que tenemos, acá no llegan las vacunas, algunas veces los medicamentos, entonces nosotros nos regimos de nuestra propia medicina, así como también vivimos de lo que nos da el campo, de los animales del monte, que tampoco tienen químicos porque salen directamente desde aquí, sin ningún tóxico. Vivimos como lo hacían nuestros ancestros y en base a los legados que nos dejaron.

Luego de una charla que fue entre comentarios sobre el Día de la Raza y las diferencias entre la ciudad y el pueblo en el que vive, Segundo comenzó a entonar un “Oh, Ché Yolé”, canto al lucero. Acompañado a la canción, el hombre contó la historia: Una mujer abandonada por su marido, quien se fue una madrugada dejándole una enorme pena en el corazón. Cuenta la leyenda que cada madrugada la mujer salía de la casa para cantar “Oh, el lucero” mientras le imploraba que le devuelva a su amor. Hasta el último día de su vida dedicó cada madrugada al lucero, al deseo de reencontrarse con su amor y volver a ser feliz. A pesar de no poderlo encontrar, ella vivió de una esperanza. Quizá sea esto lo que resuma la cultura de los pueblos originarios: la esperanza, el amor, la unión y, por sobre todas las cosas, la lucha y resistencia por mantenerse en pie.

N de R: Por último, y para dejar pensando a más de uno de nosotros, Francisco expresó una inquietud: ¿Por qué los periodistas saben hablar en inglés, francés, portugués o cuanto idioma se cruce, y no saben ni una palabra en el lenguaje de nuestros pueblos?

Particularmente me dejó una inquietud.

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